Me levanté temprano, lista para asistir al servicio de la Iglesia. Me alisté con tiempo, preparé el desayuno y nos dirigimos al lugar. Mientras estacionamos mi esposo me pregunta “¿Cómo te sientes?” lo cual me tomó por sorpresa. Hace un tiempo que me siento mejor en ambientes de Iglesia. Entramos, saludamos personas conocidas, todo va bien, hasta que deja de ir bien… Hasta que en el altar encuentro algo que me parece familiar, hasta que algo que me hace recordar, que me hace ¿retroceder, quizá? O al menos así se siente.
Pienso que va a pasar, que en breves momentos me sentiré cómoda de nuevo, en cuanto me ponga a concentrarme en el Señor y yo. Pero en su lugar hay una serie de pensamientos en mi mente: ¿QUÉ SIGO HACIENDO AQUÍ? ¿Por qué me sigo haciendo esto? ¿Y a donde voy a ir de cualquier forma? ¿No son todas las Iglesias iguales? ¿No son todos los líderes iguales? ¿Es mi destino ver predicas en YouTube por el resto de mi vida? Mientras todos estos pensamientos pasan por mi mente, miro alrededor, el equipo de adoración en lo suyo, cientos de congregantes adorando libremente, y de pronto se siente como el lugar más solitario del mundo: ¿sólo yo me siento así? ¿solo yo quiero salir corriendo de regreso a mi cama? ¿Por qué no puedo ver las cosas con una óptica “más positiva” como el resto del mundo parece poder hacerlo? ¿Por qué el resto de las personas no ven las señales de alerta que yo veo?
Otro pensamiento que me desarma: “Yo solía ser esa persona”. Esa persona que se ve libremente adorando en un templo al lado de otras personas. Y vuelvo a estar enojada, tan enojada, por todo lo que el abuso espiritual me robó, por las alegrías que reemplazó con cinismo, por las relaciones que perdí, por la esperanza que ya no tengo. Aplausos y amenes. Les sigo la corriente mientras mi esposo me mira sabiendo que no tengo idea a lo que estoy aplaudiendo. Un poco más de una hora se ha ido en mi despotrique personal. El servicio termina… ¡Uffff que servicio! No, era lo que tenía en mente.
Cognitivamente tengo respuesta a la mayoría de esas preguntas: No, no todas las Iglesias son iguales. No, no todos los líderes son iguales, de hecho, conozco personalmente un par que no lo son. No, no es mi destino depender de YouTube para escuchar buenas enseñanzas sobre la verdad de Dios. Muchas personas nos sentimos así, aunque no estemos en el mismo servicio. Y varios de nosotros desearíamos quedarnos en casa antes de volverlo a intentar. Sin embargo, hay ocasiones en que mi mente y mi corazón fallan en trasmitirse esa información y es parte del proceso, aun cuando no me guste.
En la película Bajo el Sol de Toscana, Frances atraviesa un horrible divorcio donde pierde su casa, que había renovado con dinero de su mamá. Derrotada se instala en un complejo de departamentos para divorciados que según el arrendador “es un lugar temporal, pero termina siendo permanente para la muchos de sus inquilinos. En su apartamento, un espacio pequeño y francamente deprimente y adicionalmente puede escuchar llorar a su vecino frecuentemente. Patti, su amiga, en una cena tiene una conversación con Frances que me pareció familiar. No es una conversación que tuve con nadie, pero que quizá una que si he tenido conmigo misma.
Patti, frustrada, dice a su amiga “Creo que estás en peligro”. Frances responde “¿De?”, a lo que Patti responde con unas palabras que toca profundas fibras a aquellos que saben el dolor de una pérdida: “De no recuperarte nunca”. De. No. Recuperarte. Nunca… Uff. El abuso espiritual me ha robado tanto. Es hasta difícil de explicar lo que perdí, pero es tanto. Dios… es tanto. Y como Frances quiero quedarme en ese pequeño departamento donde otros también lloran y quieren quedarse ahí. Llorar eternamente. Y no me malinterpretes, hay un tiempo para ello. Llorar la perdida es necesario. Es importante y es valioso, no dejes que nadie te convenza de lo contrario. Pero ese no es el destino final.
Alguien me dijo una vez que la sanidad es como una espiral, no la línea recta que yo esperaba. Piensa que entras en un laberinto en forma de espiral, en la entrada del laberinto hay un árbol enorme. Mientras caminas hacia el centro pasaras al lado del árbol más de una vez, pero más cerca del centro del laberinto y más lejos del árbol. A veces volvemos a sentir la ira, la frustración, la tristeza y sentido de pérdida, pero no en la misma intensidad, no con la misma frecuencia. No todos los domingos son así. Algunos domingos dejo el servicio sintiéndome esperanzada con lo que veo en la Iglesia. A veces ser parte de una comunidad no es ese monstruo terrible que imagino. Así que lo sigo intentando, me retiro, respiro profundo, me permito tiempo y vuelvo a intentarlo.
Vuelvo a intentarlo porque a pesar de que es difícil, me rehúso a permitir que el abuso espiritual dicte para siempre mi forma de vivir. Puedo reconstruir, puedo atravesar la espiral, puedo aprender a identificar los lugares correctos. Sigo intentándolo, sigo creyendo que la comunidad es buena, después de todo fue idea de Dios, y Dios es quien me ha ayudado a sanar y puedo confiar en que me está enseñando a identificar a aquellos que de verdad desean honrarle y cuidar el corazón de los demás. Seguramente este no fue el último domingo difícil, habrá más porque sanar es complicado, pero con ellos vendrán muchos buenos domingos también, así que el próximo domingo me levantaré con tiempo, prepararé el desayuno y nos dirigiremos al lugar.
Wells, A. (Directora). 2003. Under the Tuscan sun. [Movie] Touchstone Pictures.
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