La retrospectiva es algo curioso. Tenemos la capacidad de mirar hacia atrás y sacudir la cabeza mientas sabes que lo que hiciste tenía sentido en ese momento.
Como solteros, mi marido y yo ya habíamos cumplido un mandato en una agencia misionera muy respetada. Durante ese tiempo, ambos tuvimos experiencias difíciles y perjudiciales con lo que ahora entendemos que eran personas y políticas organizativas espiritualmente abusivas. A pesar de ello, sentíamos una gran lealtad hacia nuestra agencia. Nuestras pasiones individuales por alcanzar el mundo con el evangelio seguían siendo fuertes. Estábamos seguros de que nuestras experiencias negativas se debían a la dinámica específica de nuestros equipos y circunstancias. Así pues, ambos iniciamos el largo proceso de regresar al campo misionero.
Una pieza importante del rompecabezas del proceso para regresar era completar una maestría en el seminario. La vida durante ese tiempo fue intensa. El seminario nos exigía asistir a todos los cursos, a las capillas y ser miembros activos de una iglesia local. La agencia de envío misionero quería que compartiéramos regularmente el Evangelio con la gente y la lleváramos a Cristo, además de ejercer un ministerio transcultural. Otro requisito era que nuestras iglesias debían aprobar que no sólo fuéramos miembros en regla, sino que estuviéramos muy implicados y asumiéramos importantes responsabilidades de liderazgo. Además, debíamos mantenernos en buena condición física y no acumular demasiadas deudas, lo que significaba trabajar tantas horas como fuera posible para pagarnos la vida y los estudios.
También estaba el proceso de solicitud, que duraba varios años. Horas escribiendo, respondiendo a preguntas sobre la fe y la vida, detalladas declaraciones de creencias sobre todos los aspectos posibles de diversas doctrinas. Múltiples rondas de entrevistas. Exámenes de salud física, financiera, mental y espiritual. Inmersiones profundas en cualquier posible área de pecado con la que pudiéramos haber luchado alguna vez. Sacamos a colación cualquier posible problema de nuestros anteriores mandatos y preguntamos si serían un obstáculo para nuestra participación ahora. Nos aseguraron que no, y confiamos en ello.
Mientras hacíamos malabarismos con esa carga tan pesada, conseguimos conocernos, tener citas, casarnos, cambiar de trabajo, tener nuestro primer hijo y mudarnos... dos veces. Fue tan intenso que nuestras mentes y nuestros cuerpos manifestaron la carga de ello. Durante esa temporada, mi marido empezó a tartamudear y a mí me costaba formar frases completas al hablar. Aunque estos efectos eran temporales, eran un indicio del importante estrés al que habíamos estado sometidos durante muchos años.
Aun así, estábamos encantados de poder recorrer juntos este camino misionero. Como nuestras pasadas experiencias en nuestros equipos habían sido tan negativas, éramos muy conscientes de que, como familia, tendríamos el poder de cuidar e incluir a los solteros en nuestro equipo de la forma en que desearíamos que los nuestros lo hubieran hecho con nosotros. Sabíamos que era algo que podía suponer una gran diferencia para ellos. Todo lo que hicimos estaba orientado a trasladarnos al extranjero con esta agencia. Nuestras posesiones físicas reflejaban nuestro deseo de reducirlas al mínimo y tener sólo lo que tuviera sentido llevarnos al extranjero. Incluso nuestro círculo social y las actividades en las que participábamos giraban en torno a las misiones en el extranjero. Estábamos agotados y sobrecargados de trabajo, pero nos esforzábamos con entusiasmo por la apasionante vida de ministerio que nos esperaba.
Nuestro cambio de estado civil nos obligó a reiniciar el proceso de solicitud con nuestra agencia. Ahora también incluía variedad de preguntas sobre todos los aspectos de nuestra relación, hasta la asignación de las tareas domésticas y la intimidad. Nuestro hijo también tenía que recibir todas las autorizaciones necesarias. Si tenían alguna duda, había más ensayos y formularios que llenar. Si alguna habilidad del desarrollo infantil no estaba en la media o por encima de la media, nuestro proceso de solicitud se retrasaba varios meses. Si alguna vez habíamos pesado demasiado, nos tenían que volver a pesar varias veces a lo largo de una serie de meses para demostrar que volvíamos a tener el IMC que exigían. Casi todo se hacía en papel o en línea, con muy poca interacción humana o respuesta en cualquiera de los formularios.
Fue un mes antes de la graduación cuando todo se vino abajo. Estábamos al final del proceso de solicitud, teníamos un trabajo y estábamos en contacto con el equipo de campo al que nos uniríamos. Todas las casillas estaban marcadas. Todas las autorizaciones hechas. Todas excepto una...
Aparentemente, de la nada, le pidieron más formularios a mi esposo. Un representante nos dijo que había ciertas preocupaciones. Pero nadie nos quiso decir QUÉ les preocupaba. La única respuesta que obtuvimos fue que él tenía que ser MUY transparente. Pero ¿transparencia sobre qué? Era tan extrañamente vago. Rellenó todos los papeles y los devolvió.
Entonces recibimos un mensaje diciendo que nuestro proceso se retrasaría unos meses. Que su preocupación persistía y que ahora exigirían que se completara una evaluación psicológica con varias citas. Aunque no nos oponíamos a la evaluación, el retraso nos iba a suponer un problema importante desde el punto de vista económico y logístico. Estábamos nerviosos y teníamos detalles que resolver, pero confiábamos en que la evaluación demostraría que estaba bien.
Antes de que pudiéramos organizarnos, llegó la llamada. La llamada en la que nos informaban que habían decidido que una evaluación no sería suficiente. Que este problema, aún sin nombre, era tan importante que tendría que recibir tratamiento terapéutico regular durante varios años antes de que estuvieran dispuestos a enviarnos. Hicieron hincapié en que era una decisión muy difícil porque, por lo demás, éramos estupendos y querían que volviéramos a aplicar dentro de unos años.
Aconsejaron al equipo al que íbamos a unirnos que no se pusiera en contacto con nosotros. Nos dijeron que no nos pusiéramos en contacto con nadie de la agencia porque tenían instrucciones de no atender nuestras llamadas. No querían oír nuestras preguntas ni nuestras explicaciones. Creían que habían aprendido lo suficiente de los formularios como para tomar una decisión que nos cambiaría la vida sin siquiera hacernos directamente la pregunta y escuchar la respuesta. Esto se planteó como cuidado. Para que pudiéramos seguir adelante. Para no tener que dar explicaciones a nadie.
Estábamos conmocionados. Confundidos. Furiosos y dolidos. Todo por lo que habíamos trabajado y vivido durante los últimos 6 años se había esfumado sin ni siquiera la cortesía de una conversación. Nuestro mundo estaba patas arriba. Habíamos perdido el rumbo y seguían sin decirnos por qué... Sin embargo, alguien de la agencia pasó por la ciudad y nos lo reveló.
Se debía al malentendido que provocó que a mi marido lo enviaran a casa antes de tiempo. Siempre había estado en su expediente. Había preguntado específicamente por ello en múltiples ocasiones y le habían asegurado que no había ningún problema.
Durante su primer mandato, pidió ayuda por posible burnout y depresión. Le enviaron a un consejero de campo vinculado a la agencia que creyó erróneamente que tenía tendencias suicidas. El consejero salió de la habitación sin dar explicaciones y llamó a la agencia, la cual decidió ponerle inmediatamente en un avión de vuelta a casa y despedirle con un par de meses de indemnización. Preguntó por qué, pero no se lo dijeron. Pidió permiso para volver a su campo misionero para despedirse y recoger sus cosas, pero también se lo denegaron. Más tarde lo justificaron como una medida de precaución, para garantizar su seguridad. Resulta que tomar decisiones importantes sobre la vida de las personas sin dar explicaciones era su pauta.
Cuando le preguntaron en nuestro reciente formulario de solicitud si alguna vez había tenido tendencias suicidas, respondió sinceramente que no. En lugar de preguntarle por qué su respuesta no coincidía con sus registros, quienes leyeron su solicitud determinaron que significaba que estaba en negación (un problema de salud mental) o deliberadamente engañoso (un problema de pecado). Dijeron que harían falta varios años de terapia y cambios de vida para determinar cuál era y resolverlo.
Más conmoción. Más confusión. Más rabia. ¿Cómo era posible que esta agencia tan respetada, estas personas que habían profundizado en nuestras vidas y exigido más transparencia de la que nadie tenía realmente derecho, se negaran siquiera a expresar su preocupación hasta después de haber puesto un duro freno a nuestras vidas? ¿Por qué no preguntar? Se hicieron y respondieron preguntas invasivas durante años, pero esta que tanto importaba nunca se hizo. Nunca lo harían. La evaluación que se negaban a permitir podría haber puesto fin al asunto. Pero ahora estábamos excluidos. De nada sirvió oponerse. Añadiendo a todo esto, la oferta de que volviéramos dentro de unos años para darles la oportunidad de hacerlo todo de nuevo, fue repugnante.
Todo para nosotros estaba ligado a esta agencia. Teníamos motivos para pensar que trabajaríamos para ellos el resto de nuestras vidas. Nos habían animado en cada paso del proceso. Nos aseguraron que teníamos un lugar allí. Nuestra identidad y vocación como misioneros en el extranjero, la vivienda, el ministerio, la profesión, los ingresos, los círculos sociales. Todo se esfumó en el último segundo. No habíamos pensado que necesitábamos un plan B.
La temporada que siguió fue la más difícil de nuestras vidas hasta ese momento. Nos sentíamos tan quemados y agotados de vivir bajo tantas expectativas durante tanto tiempo. Nos mudamos al otro lado del país, donde teníamos algunos familiares dispuestos a apoyarnos hasta que encontráramos trabajo y un lugar donde vivir. Aprendimos que los currículos que consisten principalmente en misiones y trabajos ocasionales junto con títulos de maestría en el seminario no son muy útiles a menos que estes buscando un trabajo en el ministerio ... para lo que no teníamos energías en ese momento. Juntamos trabajos de medio tiempo para llegar a fin de mes y apoyar la familia que ahora teníamos. Hicimos todo lo posible por establecer nuevas relaciones y conocer una nueva ciudad. Había mucha desilusión, confusión, aislamiento y vergüenza.
Luego vinieron todas las preguntas y dudas.
¿Estaba Dios enfadado con nosotros?
¿Era un castigo por algo que ignorábamos?
¿Qué debíamos hacer ahora?
¿Realmente nos había llamado a las misiones?
¿Le habíamos oído mal?
¿Cómo confiar en que Él nos guiaría y nosotros le escucharíamos correctamente ahora?
Si Él es bueno y quiere el bien para nosotros, ¿por qué seguirle nos ha traído tanto dolor?
¿Cómo vivimos esta vida estadounidense que nunca planeamos?
¿Cómo podemos tener relaciones reales con la gente cuando ellos no pueden entender lo que esta pérdida significó para nosotros?
¿Cómo seguimos adelante?
En el transcurso de los siguientes 9 años llegamos a ver la mano protectora de Dios en que no fuéramos con esa agencia, o que no fuéramos en absoluto. Las cosas seguían siendo difíciles. No hubo ningún momento claro de Dios en el que dijera: «Los he traído aquí para esto». Las preguntas persisten. PERO han ocurrido varios acontecimientos familiares y mundiales importantes que nos han hecho estar enormemente agradecidos de estar donde estamos y no donde pretendíamos estar. Cosas que habrían trastornado nuestras vidas, nos habrían hecho mucho daño y nos habrían obligado a empezar de nuevo varias veces.
Esas cosas nos abrieron los ojos a la dulzura gentil de Dios para con nosotros al evitar que nos fuéramos. Él caminó cada paso con nosotros, incluso cuando temíamos tomar su mano extendida.
Fuimos capaces de ver en retrospectiva lo que no podíamos mientras estábamos en medio de ello. Que, a pesar de su sólida teología y misión bíblica, esta agencia funcionaba como un grupo de alto control. Expectativas extremas que, cuando no se cumplían, daban lugar a una desconexión total. Exigencias de total transparencia en todo por nuestra parte, pero información necesaria retenida por su parte. Habríamos estado viviendo bajo un microscopio en un limbo insalubre e inestable durante todo el tiempo que nos permitieran, mientras nos decían que era un privilegio.
La vida vivida bajo un escrutinio y una «ley» no bíblicos no es lo que Dios desea para ninguno de sus hijos. Ni siquiera para los que, como nosotros, se someten voluntariamente a ella.
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